Estoy en EL AVE camino a Sevilla. Me encanta viajar en tren. No suele haber retrasos, ni turbulencias. Puedes ir al bar, puedes trabajar, navegar por internet y hasta ver pelis. Puedes elegir entre el vagón del ‘silencio’ y el vagón del ‘mercadillo de pueblo dónde te vendo un pack de bragas por tres euros a grito ‘pelao’’. Me encanta viajar en tren. Hasta que me toca al lado un sujeto con una ‘higiene distraída’.
Ya sé que esto que voy a narrar me puede pasar en un tren, en un avión o en cualquier medio de transporte, pero me ha pasado en un tren del que no me puedo bajar hasta dentro de dos horas. Así es la vida. Me pongo a mirar por la ventana a ver si veo esa vida pasar y así se me olvida el olor que desprende el sujeto de al lado. Pero lo que veo pasar es mucho campo. Y la vía del tren. La vida y la vía; solo hay una letra de diferencia, tendré que conformarme con ver la vía pasar.
Cojo el móvil e intento distraerme buscando consejos para la poda de los geranios, que tengo el macetero de la terraza abandonado y yo creo que en esta época ya les va tocando. Pero el olor a trapo viejo del sujeto de al lado no me deja concentrarme. Porque este olor no es un olor a sudor, ese aroma a cebolla que desprende una persona a la que le faltan tres duchitas, como me ha pasado en el Uber que me llevó a Atocha, dicho sea de paso. Y ya lo siento por el conductor de ese Uber, pero le he puesto solo 3 estrellas y a cambio le he dejado un comentario con el nombre de mil gel de ducha preferido. Es por su bien. Y por el del resto. Vaya día de tufos llevo y os aseguro que no soy yo, que esta camisa es nueva y los pantalones los he cogido directamente del tendedero, sin planchar, que el vaquero es muy sufrido y aguanta bien una arruga.
Dicen que en la vida —en mi caso, en la vía— hay que disfrutar del camino, pero yo aquí no puedo hacerlo. Como decía, el olor del sujeto que tengo al lado no es producto de que no se haya dado su ducha diaria, no. Este olor es producto de NO LAVA LA ROPA. Y poco se habla sobre este tema. Es como una casa que no se ventila; por muchas velas y palitos de olor de Zara Home que pongas, esa casa olerá a rancio. A una mezcla de brócoli hervido y calamares en su tinta. Es más, creo que todos los problemas de las protagonistas de anuncios de ambientadores, se solucionarían abriendo la ventana. Pero eso, a los fabricantes no les compensa revelárnoslo. Pues ya os lo digo yo: ventilad. De nada. Y hablando de publicidad que no sirve para nada, ¿no había un anuncio de una señora que venía del futuro para vender un detergente? ¿Dónde está esa señora cuando se le necesita? “Hola, chico del tren, he venido del futuro para decirte que metas en la lavadora esos pantalones que no lavas desde NUNCA”.
Porque tú te puedes duchar tres veces al día, frotarte la piel con un guante de crin embadurnado en jabón Lagarto y untarte al final con un desodorante hecho con polvo de cuerno de unicornio, que si después de ese ritual no se te ha caído la piel a trozos te pones la misma camiseta de ayer,—esa con la que ayudaste a tu amigo Emilio a cortar el césped bajo el sol mientras él podaba los geranios— VAS A OLER MAL. Perdón por tanta mayúscula, pero los malos olores me vuelven agresiva porque el hedor se me mete en las vías (nasales) y después no hay manera de sacármelo de ahí. De hecho, aunque nunca he fumado, en este viaje y a mis TREINTAYMUCHOS, me estoy planteando empezar a hacerlo ¿No dicen que el tabaco te atrofia el olfato? Pues un problema menos. Además, ¿de qué me sirve conseguir alargar mi esperanza de vida X años, si voy a ser condenada a toda una vida de malos olores?
Como no llegue pronto a Sevilla, me tiro a la vía.